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"Por probar que no quede"...Probé, entendí, quité miedos y... ¡¡FUNCIONÓ!!

Blog, Testimonios 18 de Enero de 2019

Los dolores empezaron a raíz de una hernia discal (febrero de 2012). Los dolores en su día fueron muy agudos y se mitigaron a base de corticoides.

En junio de 2012 me operaron y después de una rehabilitación de 6 meses comencé a trabajar (1/2 jornada por las tardes). Aunque me dolía al agacharme, sobre todo a las mañanas, pensé que con el tiempo se iría.

Pasó el tiempo y la cosa no mejoraba. Por las mañanas, sólo el gesto de lavarme la cara en el lavabo, era un suplicio. Si se me caía algo al suelo, lo dejaba ahí para levantarlo más tarde, porque a medida que pasaban las horas, el dolor iba a menos.

Para cuando iba a trabajar por la tarde, me encontraba mejor pero me seguía doliendo cuando tenía que levantar pesos.

Mi trabajo es de dependienta, así que me agacho y cojo pesos a menudo, por lo que no trabajaba nada a gusto. Además muchas veces me daban como una especie de tirones en la pierna, en el costado o en la ingle que me duraban días. No eran dolores agudos pero sí bastante incómodos e incapacitantes.

También había miedo. Cuando venía el camión y movía mucho género siempre pensaba si eso no me pasaría factura al día siguiente. Pensaba lo mismo cuando subía con los recados al cuarto piso sin ascensor en el que vivo.

Desde que me operaron, hacía los ejercicios  que me habían recomendado los médicos por las mañanas. La verdad es que los odiaba, pero como yo quería estar bien los hacía todos los días y luego claro, para seguir con las recomendaciones, me iba a nadar.

Como no mejoraba fui a un fisioterapeuta que me recomendaron. Me hacía masajes y me ponía más ejercicios cada vez más complicados para fortalecer la zona abdominal.

En ello estaba, obedeciendo todas las pautas que los diferentes sanitarios me habían dado, cuando mi madre falleció (marzo 2014). Sus últimos 15 días los pasé haciendo turnos de noche en el hospital y trabajando por las tardes. Días después del funeral me di cuenta de que durante tres semanas no había hecho los ejercicios, no había ido a nadar, había dormido en butacones de hospital incomodísimos y, curiosamente, mi dolor de espalda había mejorado mucho. Me pareció curioso…luego entendí que mi cerebro en ese momento tenía otras prioridades.

Como yo quería estar del todo bien volví hacer los ejercicios matinales. No sé si por los ejercicios, o por volver a centrarme en la espalda, los dolores volvieron a ser los de antes.

De este fisioterapeuta pasé a un osteópata pero tampoco mejoré.

Un día, mi cuñada me contó que tenía una amiga que solía tener dolores de espalda peores que los míos y que había mejorado mucho porque había ido a una fisio que le había explicado biología de neuronas y que trabajaba el dolor con un enfoque diferente. Así que me puse en contacto con María (fisioterapeuta y terapeuta ocupacional), la cual comenzó a explicarme como se comporta el cerebro y el cuerpo ante los estímulos que recoge, analiza, gestiona, aprende y genera respuestas adecuadas o no.

Me mandaba deberes todas las semanas…artículos y el blog de Arturo Goicoechea sobre temas en concreto que habíamos visto en consulta. Yo hacía resúmenes, intentaba comprender todo lo que me explicaba, preguntaba mis dudas…y eso creo que hacía que la información fuera calando en mí y en mi cerebro. La verdad es que trabajé mucho en ello.

Poco a poco, fueron cambiando muchas de mis creencias, siendo consciente de que mis miedos al movimiento eran creencias aferradas en mi cerebro como peligrosas, basadas posiblemente en aprendizajes de experiencia propia almacenados en la memoria.

Me hizo ver que en mi cuerpo ya no había daño (lesión) alguno, y que no debía tener miedo a moverme en libertad. Que el dolor que se activaba era una reacción aprendida por parte de mis neuronas después de años de dolor continuo, como si quisiera protegerme porque la interpretación del sistema era peligro en una zona que ya estaba operada y arreglada.

Siendo consciente de esto, cada vez que me levantaba por las mañanas, me ponía delante del espejo y movía mi cintura hacia todos los lados y me repetía a mi mi misma o a “mi cerebro”, NO HAY DAÑO, NO HAY QUE PROTEGER LA ZONA CON DOLOR, no tiene que dolerme. La verdad que el dolor no se iba, pero el miedo sí y creo que este fue el primer CLICK en mi cabeza. Estaba segura de que no había lesión en mi cuerpo. Me enseñó que mi espalda es fuerte para hacer las mismas cosas que hacía antes de la hernia. Comencé a moverme, agacharme, y volví a andar con pesos sin pensar que por ello el dolor iría a peor. Si alguna vez me pillaba pensando desde el miedo, me repetía a mi misma, gracias a comprender toda la información que me iba explicando María sesión tras sesión, que en mi espalda ya no había ninguna lesión.

Perdí el miedo, y el dolor iba cambiando. No estaba tan pendiente de mi espalda. Por ejemplo antes, cuando llevaba mucho tiempo sentada en un sillón viendo la tele, ya estaba pensando cómo estaría al día siguiente. Después de las sesiones, donde María me explicaba que a mi espalda no le afecta dónde y cómo me siente, me decía a mí misma…”puedes seguir tranquila sentada, no pasa nada”. En cierto modo, comencé a sentirme más libre.

Intentaba implantar toda la nueva información que había adquirido en los últimos meses y deshacerme de todas mis viejas creencias.

Desaparecieron los tirones y mejoré bastante. Pero después de la teoría vino la práctica con la compañera de María. Aprendí a que el cuerpo puede moverse de cualquier manera. Se reforzaron mis ideas teóricas.

Tuve que dejar las clases de movimiento por cuestiones laborales. En ese momento, ya no pensaba tanto en la espalda, mi cerebro estaba más entretenido en solucionar otros problemas y yo había ganado en confianza.

De repente, un día me di cuenta que me fui a limpiar la cara y que…¡¡¡YA NO ME DOLÍA LA ESPALDA!! Y cuando me agachaba, apenas aparecía. Así, poco a poco fui mejorando. Me quedaba aún por mitigar un molesto dolor al toser y estornudar sobre todo por las noches. Cuando esto sucedía volvía a ponerme frente al espejo y movía mi cintura hacia todos los lados repitiéndome que no había lesión ni problema alguno en mi espalda, lo que ya en su día me comentaron los médicos.

¡¡Actualmente, no me duele ni cuando estornudo!!

Creo que gracias a todo el trabajo hecho en esas sesiones, he conseguido introducir en mi cerebro “buena información” coherente con los estímulos y he expulsado la información nociva. Conseguí cambiar las creencias.

Sea como sea, llegué a vosotras con unos dolores insoportables, y aquí estoy en septiembre de 2018 perfectamente.

Sólo quiero deciros GRACIAS y que todos los pacientes con dolor crónico, tengan tanta suerte como yo de encontrar fisioterapeutas que trabajen desde este enfoque.


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