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El reduccionismo de la complejidad del movimiento (I)

Blog 26 de Julio de 2018

La construcción de una acción motora es un proceso mucho más complejo que lo que pensamos. No sólo conlleva músculos, articulaciones y palancas.

Antes de nada, habría que hablar de que los objetos, por sí mismos, tienen una propiedad intrínseca llamada “affordance” descrita por el psicólogo James J. Gibson que introdujo dicho término para señalar las oportunidades de acción que un objeto ofrece a un sujeto.  Cuando un objeto se encuentra en escena, dicha capacidad genera programas motores y sensoriales en la parrilla de salida para ser utilizados si se decide interactuar con el objeto.

Para que se genere una acción, lo primero de todo, debe existir una intención u objetivo claro que motive la interacción con un objeto. Previamente a la autorización de la acción se ha producido un análisis del objeto a través de los datos recogidos por la visión (tamaño, forma, textura, dirección en la que se encuentra), la propiocepción, estímulos cinéticos del sistema vestibular…etc.

Esa información es analizada por nuestro cerebro, que propone un patrón motor de ejecución que evalúa los costes y beneficios anticipados. Nuestro sistema debe autorizar la acción, y si no lo hace, habrá una penalización de la misma con un programa de  protección a través de dolor y/o rigidez, para preservar la integridad de los tejidos. Esta protección es necesaria cuando el peligro es real, pero a veces el sistema la desarrolla frente a acciones en las que el tejido no corre ningún riesgo con ese movimiento.

A medida que se ejecuta la acción, se reciben informes sensoriales resultantes que son comparados con los que el sistema ha previsto, dando lugar a los ajustes necesarios cuando se produce un error de predicción. Esto supone que los ajustes de la acción motora y los aprendizajes de la misma se van puliendo y modificando conforme se realiza la acción. Primero aparece una predicción de movimiento y, cuando se ejecuta, aparecen las correcciones de dicho de movimiento, para mejorar el objetivo final pero a la vez ir aprendiendo durante el proceso acumulando conocimiento, para que cada vez se puedan ir haciendo predicciones anticipadas más ajustadas.

En la ejecución de una acción no sólo existe una única manera de realización, sino que hay variabilidad. Por ejemplo para coger un vaso, no siempre te encontrarás a la misma distancia de la mesa, ni la mesa estará a la misma altura, ni tus pies colocados siempre de la misma manera, ni tu cuerpo dispondrá de los mismos grados de rotación que la otra vez anterior que lo  realizaste. Sería absurdo tener que decir…espera que me tengo que colocar de esta manera para coger el vaso…te pilla como te pilla.

Por ello en base a la situación inicial de la que partas, los mecanismos que hemos nombrado anteriormente se deben adaptar a esa variabilidad. Pero también, dentro de una misma situación inicial, existe variabilidad de ejecución. Nunca se repite una acción de la misma manera, por ello el sistema debe estar abierto a una amplia gama de variables.

Cuando una acción resulta dolorosa, los fisioterapeutas tendemos a considerar que existe sólo una única estrategia, un patrón de movimiento único que describimos como  “correcto”. El problema es que a la hora de entrenar un gesto que produce dolor o está alterado, los terapeutas físicos en base a esa premisa anterior, sólo ofrecemos una única manera, que describimos como “correcta” o ideal, cuando en realidad deberíamos indagar en la exploración de diferentes maneras de realizarlo y así poder establecer en cada caso la estrategia motora que cumpla el objetivo con la mayor economía y funcionalidad. A no ser que estemos intentando destruir una patrón de protección que suele tener más o menos la misma expresión ya que es mucho más primitivo, más reflejo, tiene menos variación. En este caso, primero deberíamos librarnos de este programa si no está justificado y, en un espacio ecológico, descubrir la amplia gama de patrones fisiológicos adquiridos que tienes, sin haber una forma correcta.

Realmente el movimiento es impredecible y no existe una única manera de realizarlo, sino que hay formas óptimas singulares para cada individuo y acción.

Es fundamental dotar al sistema sensoriomotor de una banda ancha de posibles estrategias que ejecuten una acción.

Por ejemplo: cuando un niño coge un boli por primera vez para aprender a escribir, hará agarres  y ejecuciones diferentes basadas en el ensayo - error, es decir, generará condiciones de entradas de datos con variabilidad y de ese modo el sistema aprenderá a seleccionar dentro de una rica gama de posibilidades, que competirán entre ellas (darwinismo neuronal) para dar con la opción o programa más correcto, ganador, que será más eficiente.

El proceso de selección sensoriomotora está sometido, en nuestra especie, al control de los instructores, quienes seleccionan una estrategia óptima que debe aprenderse, interfiriendo así con el proceso de selección fisiológica. Tenemos un aprendizaje motor basado en la dependencia de autoridad y no como otras especies en la propia experiencia.

Otras especies, como por ejemplo los primates, los cuales no disponen de instructores que les modifiquen el movimiento en base a los aprendizajes de los mismos, realizan un juego con el objeto mediante ensayo-error y observación de los otros para generar diferentes posibilidades y modificarlas continuamente para quedarse con la más útil para conseguir su objetivo, aunque no sea de la misma forma que la de su hermano mayor el orangután. No obstante, los escenarios en los que experimentan tienen gran cantidad de opciones y así aumentan las posibilidades estadísticas de éxito en la acción.

Por ello cabría preguntarse si…

¿No nos estaremos equivocando en la forma de enfocar los tratamientos, si el movimiento es tan variable e impredecible? ¿Debemos buscar una forma correcta de moverse o una forma inteligente?

Continuará...

 


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