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¿Cómo fue?

Blog, Biología del dolor, Dolor crónico 13 de Junio de 2018

Arturo Goicoechea es el padre del marco teórico de la Pedagogía en Neurobiología del dolor y quién mejor que él para inaugurar este blog, en el que esperamos tener colaboraciones suyas más veces. Gracias Arturo por enseñarnos  tanto y dar un giro tan apasionante a nuestra profesión, la Fisioterapia se hace grande a tu lado. GRACIAS!

Mi interés por el dolor apareció pronto. Con pocos años de ejercicio como Jefe de la Sección de Neurología del Hospital de Santiago, de Vitoria, propuse a la Dirección crear una Unidad del Dolor. Invité al doctor José Luis Madrid, pionero en la creación de estas unidades en nuestro País, formado con John Bonica. La Dirección decidió crear la Unidad pero la adscribió a Anestesiología y tuve que renunciar al proyecto.

Por entonces dominaba la intervención farmacológica, los bloqueos locales y regionales y las ablaciones quirúrgicas. La Psicoterapia y la Rehabilitación ofrecían alivio complementario y justificaban la consideración de “Unidad multidisciplinar”.

En la consulta veíamos pacientes con dolor de cabeza y mareo. No me dolía la cabeza pero sí padecía mareo crónico. Creo que fue a través del mareo como inicié el proceso de búsqueda de explicaciones para el capítulo de “Síntomas sin explicación médica”. Leí mucho. Conocí la hiperventilación crónica, los estados de hipervigilancia, el kindling, los receptores de glutamato NMDA, la neurotoxicidad… Me interesé también por la ansiedad, los ataques de pánico, el ácido láctico, la depresión… Empecé a construir la teoría de una red neuronal hipervigilante. Era la década de los 80.

Por esa época tuve una extrusión discal L5-S1 y decidieron operarme, tras un mes de reposo absoluto infructuoso. Estuve bien durante unos años pero el dolor volvió, con hormigueos intermitentes, fasciculaciones, calambres nocturnos. Padecí brotes de dolor incapacitante. Como única perspectiva, la fijación quirúrgica para controlar la “inestabilidad”. En la cama comencé a jugar con el movimiento, a explorar modos de evitar el dolor, a la vez que interiorizaba la convicción (con alguna duda) de que nada se rompía dentro.

Según leía sobre dolor iba convenciéndome de que no había una correlación con el daño y que podía darse una situación de incapacidad (como en mi caso) sin una lesión que lo explicara y justificara. Seguí explorando el movimiento, la actividad, interiorizando la seguridad de que no ponía en peligro mi columna, y acabé recuperando la actividad perdida, sin restricciones.

En la consulta dedicaba mucho tiempo a explicar mis nuevas convicciones a los pacientes, mi experiencia propia, tanto con el dolor como con el mareo. Sorprendentemente, algunos mejoraban de modo notable. Empezaba a cuajar la idea de la Educación como intervención con efecto liberador.

Seguí con mis lecturas, centrándome en conocer los procesos básicos biológicos.

Era cada vez más evidente que un organismo aceptable podía generar dolor u otros síntomas invalidantes, sin motivo biológico alguno.

Al principio pensaba que era la peculiaridad psicológica del individuo la que generaba el problema, pero poco a poco fui cayendo en la cuenta de que éramos los profesionales los que sensibilizábamos la red neuronal defensiva.

Creo que para comienzos de los 90 ya tenía las ideas claras respecto al origen cultural del dolor innecesario pero necesitaba fundamentarlo conociendo mejor los procesos básicos neuronales. Percepción, emoción, vigilancia, plasticidad, motivación, aprendizaje, creencias y expectativas, placebo y nocebo, inferencia bayesiana, teoría del código común, copia eferente, imitación, neuronas espejo… y un largo etcétera de nuevas ideas aportadas por la Neurociencia.

Las explicaciones a los pacientes iban incorporando progresivamente todo lo que iba aprendiendo y estaba claro que la información podía disolver los síntomas en muchos casos.

Escribí un par de monografías sobre dolor, cerebro, depresión. Conocí el tema de la “respuesta de enfermedad” y me interesé por la fibromialgia, el síndrome de fatiga crónica y otras  etiquetas similares.

Tuve noticia de las “terapias cognitivas” y centré mi interés en análisis psicológicos y sociológicos del devenir humano. El miedo, la indefensión, las fobias, el estrés postraumático…

Supuso un avance notable la incursión en la percepción visual, que me llevó a estudiar la conciencia como función biológica.

A raíz de escribir “Migraña, una pesadilla cerebral” caí en la similitud del problema con las enfermedades autoinmunes y la alergia y llegué a la propuesta del “error evaluativo”: el Sistema Neuroinmune es el que defiende la integridad física del organismo y debe aprender a catalogar como amenazante todo aquello que pudiera serlo pero no está debidamente identificado en el genoma.

El proceso de aprendizaje contiene la posibilidad del error, pero el Sistema defensivo neuroinmune no siempre codifica el error y lo corrige sino que lo refuerza (sesgo de confirmación). La cultura experta fomenta el error con una instrucción sensibilizante y favorece el bucle del sesgo de confirmación.

Una vez descartada una causa que explique y justifique le proyección de dolor en la conciencia lo que podemos y debemos hacer es revertir el proceso de aprendizaje, disolver el miedo implícito del Sistema Neuroinmune.

Las herramientas: la instrucción consciente y la exposición-disfrute de la actividad perdida, requisada.

Mi hija Maite y su marido, Asier Merino, eran fisioterapeutas, instruidos en el modelo biomecánico. Un día salió el tema del dolor en la sobremesa y les planteé mis propuestas. Para ellos fue una convulsión. Decidieron cambiar el chip y seguir el nuevo modelo. Hablamos mucho; intercambiamos reflexiones y experiencias y, juntos, continuamos con el proyecto de desarrollar el modelo del origen cultural y su aplicación en la clínica. En el Hospital no encontré ningún apoyo por parte de los compañeros. Sólo contaba con los pacientes y mi hija y yerno.

Afortunadamente para nosotros aparecieron unos australianos (Buttler y Moseley) que habían llegado a conclusiones parecidas. Ya no estábamos sólos. Se fundó la SEFID (Sociedad Española de Fisioterapia y dolor). Nos apuntamos y asistimos a un curso de Moseley. Contactamos con otros fisios. Inicié el blog.

El Dr Iñaki Aguirrezábal se interesó por lo que decía y hacía y me propuso aplicarlo en Atención Primaria, con el potente formato de la atención grupal. Trabajamos con la migraña, con resultados excelentes. La Dra Barrenengoa trabajaba con pacientes de Fibromialgia y se interesó por lo que hacíamos. Le convenció y desarrolló la versión grupal para pacientes de fibromialgia, también con resultados excelentes.

Con todos ellos y con el calor de muchos fisios he ido desarrollando el modelo del error evaluativo y lo difundo en cursos y conferencias.

Creo que todo esto no tiene retorno pues está fundamentado en Ciencia. Con toda seguridad habrá cuestiones a modificar pero el rumbo ya está definido y el número de fisios que siguen los nuevos paradigmas es creciente.

En Atención Primaria, hay algunos médicos interesados.

No parece que los neurólogos y responsables de las Unidades del dolor vayan a cambiar sus paradigmas.

El tiempo irá sedimentando las cosas.

 


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