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Los “cuentos” que rescataron mi vida.

Blog, Dolor crónico, Testimonios 18 de Febrero de 2020

“Eso no son más que cuentos”, “¿Quién te ha contado esas tonterías?”, “Si toda la vida se ha hecho así será por algo”, “Es una locura”, “Ni los médicos ni nadie me ha hablado nunca de eso y la medicina es lo que funciona de verdad” “No puede ser, si eso fuera verdad X, Y, Z…” Son las frases llenas de ánimo que probablemente oiréis a vuestro alrededor cuando os embarquéis en este proceso totalmente disruptivo y satisfactorio. Pero tranquilos, es una respuesta natural, ya que es el miedo al cambio y el cerebro de las personas el que, en primera instancia, niega y trata de desmentir aquellos argumentos que contradicen las ideas que tiene arraigadas, como sugiere el artículo “El cerebro nos impide ver la fuerza de los argumentos que nos contradicen” (J. Salas, El País, 2019).

Estos pensamientos, posiblemente también os surjan a vosotros en un primer lugar, o al menos así fue en mi caso. Sin embargo, hoy es el día en que doy mil gracias de haberlos dejado atrás y de haber tenido la suerte de conocer a las excelentes profesionales María Jimenez y Maite Goikoetxea. No exageraría ni tan siquiera un momento al afirmar que, en no más de 2-3 meses mi vida ha cambiado radicalmente para bien, lo cual es una cantidad de tiempo insignificante considerando los previos más de 5 años de sufrimiento, visitas reiteradas a urgencias, una operación, impedimento y dolor constante en una búsqueda exhaustiva para encontrar “una solución”, acompañados de una muy considerable inversión de tiempo y dinero en pruebas y tratamientos nada efectivos que, pese a la buena fe y empeño de los terapeutas, lo único que alimentaban era mi frustración. Todo ello a día de hoy a desaparecido y mantengo una vida mucho más activa sin las preocupaciones y dolencias que antes tanto me limitaban.

De este modo, dedico ahora mi tiempo a redactar este relato señalando muy resumidamente lo que para mí fueron ciertas claves durante mi proceso, explicándolas de la manera que para mí resultó más comprensible, con intención de que pueda ayudar a alguien en una situación similar a la mía a comprender lo que le sucede y a encontrar una salida, porque, aunque todo lo que has padecido te haya podido hacer dejar de creer en ello, realmente la hay. De hecho, aunque parezca increíble y a priori una majadería, puedo afirmar de primera mano que, conociendo los procesos que subyacen al dolor, se puede conseguir que el cerebro no lo proyecte cuando este no está justificado (KNOW PAIN, NO PAIN).

Entendiendo el cerebro, ese gran desconocido. 

Lo que más me sorprendió (e indignó) durante mi proceso de aprendizaje fue el ser consciente de lo absolutamente ignorante que era sobre el funcionamiento y peculiaridades del órgano más importante de nuestro ser, así como el hecho de que nadie me hubiera hablado antes de este enfoque tan lógico y válido que afortunadamente María y Maite compartieron conmigo.

Para mí, el primer paso fue entender los mecanismos del cerebro. Entender que nuestra percepción de la realidad es una alucinación controlada por los sentidos y que el cerebro “construye” la realidad más coherente en base al contexto, a la memoria y a las diferentes entradas sensoriales percibidas captadas por los receptores de estas, p.ej. ojos, oídos, lengua… traduciendo estas en visión, escucha, sabor… Lo mismo ocurre con el dolor, siendo este una función del cerebro cuyo fin principal es proteger al individuo de amenazas y peligros que le puedan suponer un mal o alertarle de los mismos. De modo que, el cerebro construye dolor en función del contexto y la evaluación que hace de las entradas sensoriales y estímulos recibidos, siendo por tanto el dolor “una opinión cerebral”(Vilayanur Ramachandrán) que no siempre es correcta, como en el caso de aquellas personas a las que les duele un miembro que les fue amputado hace años (Síndrome del miembro fantasma). Entender esto resultó clave y la base para comprender lo siguiente, ya que hasta ahora nunca había cuestionado aquello que sentía, pensando que si sentía algo era simplemente porque algo lógico estaba desencadenando esa sensación y por lo tanto debía tener una justificación y siempre era “real”. Sin embargo, entendí que todo aquello que sentimos es procesado por el cerebro para “poder sentirlo” (si te duele el dedo del pie, el dolor no se genera en el dedo del pie sino en el cerebro) y que el cerebro no es perfecto, de modo que ciertas cosas que sentimos / percibimos pueden no ser necesariamente correctas / reales.

En mi caso, se trataba de un sistema con una capacidad evaluativa y predictiva muy desarrollada que estaba basado en una hipótesis errónea, de modo que percibía dolor sin existir un daño (amenaza real) que lo justificara. Como si se tratase de un sistema de alarmas (dolor) que estaba dando la voz de alarma en base a hipótesis erróneas sin que realmente existiera un ladrón (daño). Además, si el cerebro parte de la premisa que siempre nos han inculcado: “si hay dolor es porque hay daño”, aunque esta afirmación en realidad sea errónea, se produce en el sistema una situación de alerta continua e hipervigilancia, como era mi situación. Remarcar que, en mi caso particular, sí que existía un daño en el aspecto de las caderas, ya que tenía una ruptura de labrum, pero no era para nada proporcional con el dolor y la limitación que padecía, además de extenderse el dolor por toda la zona de la espalda, hombros y cuello.

Desactivando la falsa alarma o el mecanismo de sobreprotección.  

 Los síntomas son reales, no es que te lo estés inventando, pero son el resultado de un error de predicción, no hay peligro, no hay daño. La previsión, la alarma, no tiene ningún sentido, es una falsa alarma.

Quizás la mayor clave para mí fue entender esto último. Siguiendo el símil del sistema de alarmas y siendo consciente de que es simplificar mucho el proceso de generación del dolor ¿Sería lógico tener miedo de ser robado por escuchar la alarma a pesar de saber que se trata de una falsa alarma porque en realidad no hay ningún ladrón? No ¿verdad? Simplemente no prestaríamos atención a la alarma o trataríamos de desactivarla. Pues en el caso del dolor ocurría lo mismo. ¿Qué lógica tenía tener miedo o sentirme impedido por el dolor cuando sabía que lo que sentía no correspondía a un daño o amenaza real? Ninguna.

Entonces, una vez entendidos los mecanismos, a la hora de la práctica ¿cómo saber si el dolor que siento está asociado a un daño real o no? A mí, personalmente, me ayudó mucho tener muy presentes los siguientes puntos para saber cuándo sí existe daño:

  • Existe un estímulo violento que origina la lesión (necrosis) e inflama los tejidos (contención).
  • El dolor percibido es un dolor no conocido, es diferente al que cotidianamente sientes y se puede identificar fácilmente.
  • El dolor no viene y va, tiene un carácter mucho más constante y lógico en el tiempo y se debe notar una disminución del mismo con reposo y analgésicos.

Por tanto, en el resto de casos que sintiera dolor no debía preocuparme. Entender e interiorizar esto fue probablemente lo que más tuve que trabajar y lo que más me ayudo en mi proceso, aportándome tranquilidad y una herramienta para poner en práctica. El dolor y agarrotamiento que sentía de manera cotidiana fue disminuyendo y poco a poco fui comenzando a retomar la actividad física con la ayuda de María, ignorando el dolor que percibía e incrementando la intensidad gradualmente hasta el punto en que mi cerebro desmintió la hipótesis errónea en la que se estaba basando y finalmente los dolores desaparecieron. Lo que ocurrió, aunque aparentemente sencillo, fue que a nivel cerebral mis redes neuronales se reestructuraron y aquello que digamos conectaba con “X estímulo = amenaza = a dolor”, se redefinió al entender que no existía amenaza real que justificara la activación del mecanismo de protección. A base de trabajarlo y de no ser capaz de desmentir la nueva premisa, mi cerebro interiorizó la hipótesis correcta y cambió. 

Una última apreciación, si estás leyendo esto porque te encuentras en una situación similar a la mía, deja de ser esclavo del dolor y toma las riendas de tu día a día. Deja de sentirte limitado por ello, recupera tu actividad y no dejes de lado nada por temor a estar peor, deja de prestarle atención, dejar de predecir cómo te vas a encontrar después de X actividad… En definitiva, deja de tener miedo al dolor, porque este es un mecanismo de alerta que no te está informando de nada relevante o es desproporcionado al daño real que puedas tener y, antes de dar por perdida tu situación, deja que Maite y María te cuenten sus “cuentos”, porque realmente te van a cambiar la vida.

Bihotz-bihotzez, mila esker irakatsi didazuen guztiagatik!

 


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