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Rendirse nunca es una opción

Blog, Dolor crónico, Testimonios 03 de Febrero de 2020

Tengo que reconocer que me ha costado decidirme a contar mi historia por lo que a nivel emocional me supone revivirla, pero si puedo ayudar a alguien que se sienta identificada con ella, me doy por satisfecha.
Me presento: me llamo Amaia y tengo 39 años. Trabajo de enfermera en Urgencias y estudié fisioterapia digamos que por hobbie, porque nunca me he dedicado a ello. Mi infierno personal comienza hace 8 años, cuando tras una larga temporada haciendo bici debuté con el cuadro típico de lumbociatalgía, en mi caso, izda, que me obligó a cogerme la baja durante 3 meses, y a parar la actividad física. Tengo que decir que desde que era adolescente he practicado deporte de manera regular: natación, bicicleta, montaña, gimnasio…
Tras pruebas, consultas de traumatología y visitas a fisioterapeutas varios, se llegó a la conclusión de que podía padecer el hoy en día famoso “síndrome del piramidal”. Recuerdo que me realizaron terapias alternativas varias, sin ningún éxito, así que cuando la sintomatología que yo presentaba, que consistía en una lumbociatalgia a nivel izdo, amainó hasta convertirse en una molestia residual, decidí enterrar la bicicleta y seguir con mi vida, y hasta cierto punto lo conseguí e incluso volví a ser la de antes, pero sin pedalear…

… 4 años más tarde comencé con dolor en las 2 rodillas y me diagnosticaron condromalacia rotuliana bilateral grado III a nivel bilateral. Me recomendaban hacer bicicleta para potenciar el cuádriceps, pero claro, mi piramidal izdo protestaba cada vez que veía un sillín, así que empezó mi racha de todo tipo de infiltraciones: de corticoides, plasma, periciáticas, intraciáticas…

Lo cierto es que mejoré durante una temporada, pero el dolor glúteo izdo volvió a aparecer un año más tarde y cuando se concluyó que lo que tenía era el tan de moda “síndrome del glúteo profundo” me recomendaron operarme. Lo hice y no solo empeoró el dolor inicial, sino que apareció en el lado contralateral…

Es en ese momento cuando comienza mi vía crucis por todo tipo de especialistas a nivel estatal desde neurólogos, neurocirujanos, traumatólogos de columna, de cadera, internistas, reumatólogos y psicológos. Esta locura dura 2 años y me dedico a hacer turismo médico desde Santander hasta Sevilla. El abanico de diagnósticos va desde que tengo una torsión en la columna que hace que mi nervio ciático esté aprisionado en algún lugar hasta que tengo una enfermedad desmielinizante o incluso que se trata de un duelo mal resuelto (mi padre falleció en la época en la que comencé a notar los primeros síntomas).

A nivel físico caigo en el síndrome del desuso prácticamente y a nivel psicológico en un síndrome ansiosodepresivo importante. A nivel social, prácticamente me recluyo en una burbuja y a nivel laboral se baraja la posibilidad de concederme una incapacidad permanente total, así que la situación en conjunto es desesperante.

La primera persona que me habla de que puedo tener un “síndrome de sensibilización central” es Héctor, mi entrenador, pero todavía no había llegado mi momento. El punto de inflexión en mi historia es cuando en cierta ocasión mi ama me dice que cree que la solución a mi problema no la voy a encontrar por más especialistas que visite… Lo que en su momento fue un comentario que me sentó fatal, sentó los cimientos del cambio…

Es mi médico de cabecera quien me recomienda ponerme en contacto con Asier o Maite porque también cree que puedo tener un “síndrome de sensibilización central”… y, habiendo agotado todas las vías de curación posibles, decido darle una oportunidad. 

Nunca olvidaré ese primer día de consulta con María: es una tía estupenda, muy cercana, dinámica, con mucha vida y con un discurso que transmite confianza. Recuerdo que me preguntó qué pretendía conseguir acudiendo a la consulta. Mi respuesta fue: “aprender a convivir con el dolor”. Ella replicó que ese no iba a ser nuestro objetivo, sino que sería “vivir sin dolor”. También me preguntó cuál iba a ser mi reto, a lo que yo contesté “volver a andar en bici e ir al monte”. Ese día, cuando llegué a casa, leí el testimonio de la pareja de una chica, también enfermera, que había superado un proceso similar al mío y me sentí muy identificada. Comencé a trabajar con las lecturas de Arturo, a hacerme resúmenes y poco a poco, con María como guía empecé a encontrarme mejor.

A día de hoy, unos 2 meses tras finalizar la terapia, he vuelto a hacer deporte y he cumplido mi reto, que era subir al Gorbea antes de empezar este año. Voy al gimnasio, hago trabajo de fuerza, nado, ando algo en bici, voy al monte y estoy a punto de incorporarme a mi puesto de trabajo. Hace un año esto era impensable.

En mi caso lo más difícil fue entender que no tenía una “lesión”, que mi cadera, aunque sea vara, valga o lo que sea, es totalmente válida, que mi nervio ciático está perfectamente, con adherencias o sin adherencias, y que no hay pinzamiento que cien años dure (en mi caso 8 años). También me resultó dura la terapia de exposición, y es que con solo pensar en apoyar el culo en el sillín, me cambiaba la cara; pero lo hice, poco a poco, primero con ejercicios de visualización y luego exponiéndome de manera muy gradual, ignorando las “penalizaciones” que mi cerebro me imponía.

Tengo mis cosillas: una hernia discal lumbar, condromalacia, tendinosis del manguito de los rotadores…, como también tengo múltiples cicatrices en la piel, pero mi organismo está sano y es completamente válido para realizar una vida completamente normal y activa.

Todavía tengo que lidiar con pequeñas penalizaciones como el cansancio general desproporcionado o mis episodios de dolor glúteo, que sólo me incomodan un poco, porque no les doy ninguna credibilidad.

He aprendido a hablar con mi cerebro todos los días, pero no desde la rabia, sino desde el cariño y la aceptación de que se equivoca al ser tan alarmista a veces. Nunca más he vuelto a anular un plan por dolor o cansancio. Sigo profundizando en los conceptos que he aprendido y leyendo libros de neurociencia, porque es realmente apasionante e increíble el poder del cerebro.

Cuando me preguntan que he hecho para pegar este volantazo, yo respondo “resetear el disco duro”. Y sólo me queda agradecer a todos los que me habéis acompañado en este viaje, vuestra paciencia y apoyo… y en especial a María, por devolverme mi vida… MIL GRACIAS!!!!!!!!!!

 


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